lunes, 6 de abril de 2009

WILLIAM

Recuperando relatillos de hace unos años también yo, resulta que esto lo escribí hace 4 años, y en Baltimore no puede quedarse por más tiempo. Es mejor compartirlo, aunque pase inadvertido hasta que otras publicaciones lo vayan empujando al final de esta página y finalmente salga de la misma. Al menos, un relato más que vuela.

Con cada paso que daba, menos sabía de sí mismo. Probablemente ya eran años los que habían pasado desde que entró allí. Mil vueltas parecían pocas al día, y su corazón seguía buscando respuestas. Desconocía el porqué de esta nueva prueba que le ponía la vida. Se hallaba perdido en la inmensidad de aquel cruce de caminos, rodeado de gigantescas paredes de piedra, suelos de un blanco inmaculado, y con no más que el cielo sobre él para tener conocimiento del mundo exterior. Todo eran pasillos, todos eran largos, todos infinitos. Y William a veces lloraba...

Brotaron las lágrimas de sus ojos como un manantial, recorrieron sus mejillas con rabia. Si alguien, en alguna parte del mundo se lo preguntaba, él podía dar fe de que aquello era la eternidad. Aunque nunca había imaginado que sería algo que conocería solo.

Solo...

Ya no le acompañaba su sonrisa, ya no estaba rodeado de campos y flores, de ríos, de gente... ¡Cuánto añoraba su hogar! Era una imagen a la que recurría con frecuencia para mantenerse cuerdo, y para entristecerse y saber que seguía sintiendo y no se había convertido en un pasillo más... En otro momento del día, una silueta borrosa formaba parte de sus ensoñaciones. Aunque fuera prácticamente una nube, intuía que era un cuerpo de mujer, pues le tenía atrapado, hechizado, y al mismo tiempo distraído de su soledad.



Y de momento, hasta aquí, ya seguiré.

1 comentario:

Sara dijo...

Por fin estamos aquí.

No dejes de escribir; yo no lo haré.

Es una promesa y lo sabes.



S.